Violencia Intra-Familiar

Trabajar con la violencia –pensamos- es equivalente a  “pisar la cola del tigre sin que nos muerda”.  Esta frase no es mía, es de Confucio; pero estoy de acuerdo también con él en la metáfora y en que el trabajo ha de realizarse con amabilidad interior y hacia el exterior la firmeza de las buenas formas.

La conducta violenta se refiere siempre como resultado de la interacción organismo-ambiente. La actitud violenta sería la selección de los hechos y tiene ya un contenido afectivo (miedo, cólera, etc..). Como los hechos son las consecuencias finales de los sentimientos, ante hechos de violencia tendríamos que trabajar la modificación de los sentimientos (que son de dolor, duda, miedo, etc..) con algo que interviene cotidianamente -las costumbres- afín de cambiar los hábitos –en este caso intrafamiliares, más correctamente expresado que domésticos o de género-.

En principio este es un problema social con el que tenemos que proseguir actuando, dirigiéndonos al porvenir. Cómo no vamos a curar esta enfermedad es procediendo contra sus síntomas. Más bien lo adecuado sería:

  1. Reflexionar sobre el juicio desconcertante que tenemos sobre ello, lo cual nos lleva a confusión.
  2. Conocer los momentos decisivos en los que esa violencia se prepara.

Igual que le ocurre al hombre violento, a la propia sociedad los sentimientos de dolor, duda, inferioridad o miedo solamente pueden ser superados por el conocimiento y la decisión.

Tenemos que diferenciar entre conceptos como hostilidad, violencia de género/ doméstica/ familiar/machista/patriarcal, etc.,…También tenemos que saber de quién es la responsabilidad o si pensamos que la agresividad es innata o bien aprendida; si como grupo próximo legitimamos con determinados usos, activa o pasivamente, porque somos el ambiente con el que esa actitud hostil “interactúa”.

Hay momentos más iniciales cuando alguien esta aprendiendo a aprender puesto que el hombre va adaptando sus sentimientos de acuerdo con sus experiencias en que decisiones  tempranas del tipo de las que a continuación se detallan puede hacerse distorsionadamente. Por ejemplo si nos encontramos que yo como hijo “ tu me dices que estoy mal y yo me siento mal” y tu como padre “yo te veo mal y tu también te sientes mal yo podría deducir que nada tiene sentido”. Pero si las circunstancias nos llevasen a pensar “Yo estoy bien y tu eres el que esta mal” podríamos iniciar un reparto de victimas y perseguidores.

La hostilidad habitual (verbal,  el dejar de lado, o el degradar) en el ámbito familiar crea muchas veces experiencias profundas, que por su importancia necesitan de una nueva forma de expresión. La violencia sería una forma de “CÓMO” se hace ese “QUÉ” que sentimos que tenemos que expresar. Por ejemplo sería el caso de asegurarnos frente a la desprotección, etc., … De aquí que en la educación deberíamos poner más énfasis en los procesos conceptuales que en la información, porque el propio acto violento tiene también un proceso conceptual entre otros.

En al familia nos hacemos unas ideas de todo esto, a las que añadimos ideas sobre derechos, individualidad, grupo, respeto, dominación, etc.,… La propia dominación es asimismo un hábito social. Y conceptos como del de poder, respeto, autoridad, pasividad no están bien diferenciados ni explicados.

Si hablamos de estrategias frente al problema, tenemos que referirnos a la penalización o castigos de este tipo de conductas.  Esta claro que el espacio intelectual, emocional, físico de la persona debe ser respetado, por lo que los limites son necesarios. Sin embargo la penalización es una forma “especial” de poner esos límites, puntual y con muchas limitaciones y siempre insuficiente para todas las partes. Insuficiente porque la penalización por si sóla:

  • No ofrece alternativa ni garantiza que se haya resuelto lo que lleva al hombre con conducta violenta a tener esa conducta. El sistema penitenciario reproduce el modelo patriarcal. El hombre con conducta violenta sale en muchos casos peor de lo que entro y reincide.
  • No es efectiva tampoco para la propia familia, porque a las víctimas no quedan libres. Se ven forzadas -otra vez- a tomar una decisión –incierta- de juzgar y decidir sin terminar de entender el porqué ni cómo les pasó. Rechazamos que la victima además de tener que haber sufrido lo que no quería tenga que ser la única parte activa en tratar de eliminarlo.

Defendemos que la responsabilidad esté en la persona que tiene esa conducta violenta, que se le haga responsable pro-activamente. Esto esta en línea con el concepto de justicia restaurativa aplicado en otros países (ver “Antecedentes del programa”).

Esto nos acerca a la necesidad que hemos expresado en el punto 2-. Tenemos que reflexionar cómo germina y se expresa esa violencia que no parte de la libertad ni de la gratuidad. Un hombre violento generalmente:

Φ Esta hostil
Φ Trata de evitar la ansiedad
Φ Proyecta la tensión (está “fuera de sí” literalmente)
Φ Tiene una notable dificultad para comunicarse, lo cual significa que no puede compartir ideas ni sentimientos.
Φ Además su percepción de la  realidad no está adecuada
Φ Necesita preservar las distancias
+++ Etc…

Hasta que con todo ello, decide actuar con violencia o no.

Se siente herido, sin duda, pero no sabe muy bien porqué. Cree (no piensa), percibe que ha sido esto o aquello lo que le lleva a este estado. En este momento preciso acude a un modelo de cómo se resuelve todo este cúmulo de sensaciones, sentimientos y percepciones. Está ante un problema, la conclusión es que actuando violentamente niega su propia capacidad de resolverlo con lo que se reconoce como nada o incapaz y fácilmente se reafirmará sobre-compensándose (“Cuando grito me respetan”). Un trágico momento el que vive la persona que se encuentra entre la necesidad de aprobación de los otros -que no es posible- y la propia ansiedad del miedo que gobierna enteramente al niño de ese adulto que actúa siendo adulto y no queriendo sentirse responsable.

Hay un tiempo de los conflictos en la niñez y adolescencia que son una ocasión para educar en la manifestación apropiada de las emociones. Y es una tarea de padres o tutores, así como una tarea social. Porque la agresividad no canalizada creara “lo malo”, en el caso de la violencia intrafamiliar “Los malos que me obligan a actuar así”.

Un  hombre que cree que “así pinto poco” y trate de “pintar” en un como se autoritario es un adolescente emocionalmente impulsivo que tiene que aprender a elegir, tener una identidad de una forma constructiva y progresiva. Un hombre violento esta falto de pertenencia (arraigo), confianza y contribución (más allá de uno hay un mundo con el que uno está vinculado).

Si hay violencia el amor se hace muy difícil de expresar, las risas se callan, el hablar es un susurro, los límites se rompen y los lazos se destrozan con lo que la familia no  puede ser funcional, es decir ayudar a conseguir lo que sus miembros necesitan.

Una parte muy importante del trabajo será que el hombre sepa qué siente en ese momento, lo que le ocurre en ese ahora y  que patrón sigue, es decir qué hábito emocional tiene. Por ejemplo, la cólera y la inseguridad juntas pueden crear un patrón emocional de reacción rápida muy fuerte con un pensamiento equivocado que ha podido ser un mecanismo de defensa válido en el pasado pero que se sigue utilizando inconscientemente en otras situaciones. Lo que nos pone en evidencia que este es un patrón emocional es la falta de relación entre causa y efecto y la expresión visceral de esa emoción. Los sentimientos de los que posiblemente hablemos pueden ser:

Celos, puedo perder o he perdido ya
Culpa, no actúe como debería
Vergüenza, no soy o no fui lo que quiero ser, soy menos o peor
La decepción, me han traicionado y soy un idiota
La ira, me han humillado, me han degradado
La furia, me siento amenazado o voy a ser destruido
La ansiedad, tengo incertidumbre
Miedo, estoy ante algo amenazador para mi integridad